“Deberíamos quedar como amigos.”,
continuaba a repetir Max. Y yo hacía sí con la cabeza, convencida en
definitiva, nos habíamos frenado en tiempo. En tiempo de no herirnos y salvar
nuestra relación, seguir siendo esos amigos del alma. Nuestras charlas eran
infinitas, nos contábamos todo, o casi. Nos reíamos, nos reíamos tanto, y no
sentíamos necesidad de más…, al menos eso creía…, creíamos.
Pero ayer mientras me contaba su
enésima discusión, su enésima pelea, la luz de sus ojos era diferente. Su voz
no tenía la habitual tristeza, el común dolor. Y admito que hasta sentí un poco
de ternura.
¿Por qué no vamos hasta mi departamento
a tomar el último café? –me propuso muy inocentemente. Estamos cerca, y luego te acompaño hasta tu casa.
Ok…, pero mirá que no puedo hacer
tarde, mañana trabajo desde temprano. –me apresuré a responder.
Apenas llegamos a su piso, se puso
cómodo mientras yo me dirigí a su cocina, estaba como en mi casa.
¿Preparas tú el café? –preguntó mientras sentí sus manos en
mis caderas acercándome a él. Debía resistirme, alejarme, pero…, me gustaban…,
me excitaban. Estoy loca; hubiese debido escapar pero lo dejé hacer.
Por un momento pensé en nuestra
amistad, en cuánto nos había costado llegar a ese equilibrio; pero el sabor de
sus besos apartaron cualquier reflexión de mi mente. Cuando separé mis labios
de los suyos, en sus ojos ví un deseo inmenso…, tanto cuanto al mío. Un
escalofrío me recorrió toda la espalda. Y ya sabía cómo terminaría en el
momento en el cual me desabroché el jeans y lo dejé caer al suelo…, a sus pies.
Max se desvistió mirándome todo el
tiempo a los ojos. Lo hizo lentamente, disfrutando de ese color que subía por
mi cara. Cuando finalmente terminó, y se quitó el boxer, no pude evitar
“soplar”. Ver su excitación era estupendo, nunca pensé hacerle ese efecto. Y
automáticamente me mordí el labio.
Me vuelves loco cuando haces eso... –me susurró al oído mientras pasaba su
pulgar por mi boca.
Lo tomé de las caderas, acercándolo a
mí, quería besarlo aún, saborearlo. Él aprovechó y desabrochó mi camisa,
descubriendo mi seno. Bajó por mi cuello, besando mis pechos, se llevó mis
pezones uno a uno a la boca. Los lamió, los succionó como si realmente bebiera
de ellos. Ya no razoné más y froté su erección contra mi monte de Venus. Quería
sentirlo por toda mi piel antes que dentro mío. Jamás me había comportado así
con un hombre, pero con él era diferente. Él me conoce como nadie, él sabe todo
de mí…, pero quería demostrarle qué mujer soy y que se arrepintiera por todo el
tiempo que hubiese podido poseerme cada noche, y no lo había hecho.
Inicié a descender lentamente, hasta
quedar de rodillas frente a su virilidad. Lo tomé entre mis manos y lo llevé a
mi boca, sin dejar de mirarlo a los ojos. Quería ver su reacción al toque de mi
lengua. Paladear el sabor de las primeras gotas de su esencia. Él crecía en mi
boca…, y su temperatura aumentaba. Sentí la humedad entre mis piernas y llevé
una mano hacia allí. Comencé a acariciarme mientras mi boca continuaba a
degustarlo.
Me detuve un instante, apoyé mis manos
en su pecho…, quería sentir sus latidos. Me dejé llevar… Y le pedí de no
frenarse... De hacerme suya… Sus caderas comenzaron a embestirme cada vez con
más fuerza. Me sujetó los cabellos y me besó con una pasión violenta…
mordiéndome los labios. Clavé mis uñas en su espalda. Sentía mi cuerpo temblar…
El orgasmo fue intenso... Aún no me reponía cuando sentí todo su calor quemándome dentro, llenándome.
Me besó en la frente y se retiró de
mí. Mi mente no lograba elaborar ningún tipo de pensamiento claro. En ese
momento escuché su voz que me decía:
…por supuesto. –respondí, alegrándome que no escuchara
lo rota de mi voz. Obvio que seguimos siendo amigos
Max... –agregué, mientras con el envés de mi mano secaba las lágrimas que
recorrían mi rostro.