La furia me podía. El deseo de complacerme, de complacerle, me movía la sangre en las venas, como si de un veneno de fuego me fuera haciendo hervir. La aparté con seguridad. La tiré en el suelo y mi mano se fue a su garganta.

¡Quieta! –ordené mirándola fijamente. Mi respiración seguía agitada pero tenía otra templanza. La solté y mis manos se aplicaron sobre su coño mojado, palpitante.. Abrí sus labios. Observé su clítoris, esa perla enrojecida y brillante, latiendo de deseo y le di varios manotazos secos, cortos, haciéndola temblar, poniéndola alerta

Cerré los ojos, mordiéndome los labios. No osaba moverme. Ella dirigía esa danza, y yo simplemente me dejaba hacer. Sucumbía al placer de su tacto.

Crucé dos de mis dedos, en forma de punta, y los introduje en ella. Entré, salí… Volví a entrar hasta que el sonido de la fricción abrió más su coño. Hice una cuchara con mi mano, recorrí sus paredes, apretaba con la mano libre la parte de la vulva, retorciendo Quería oírla gritar y no iba a permitir que no lo hiciera. Buscaría su súplica, su gemidos y sus jadeos se condensarían en su garganta, ahogándose de gusto.

¡Luz! –y mi voz se ahogaba por la excitación. Por favor, no pares…
¡Calla y compórtate como una buena puta! –Mi mano se estrelló contra su mejilla. Fue suave pero con determinación. No lo esperaba pero la puso a mil. Se retorcía de gusto. Sus músculos se contraían. Imaginaba a mi hombre ahí, observando la escena, sintiendo que su hembra era más perra de lo que podía suponer. Emme estaba empapada, alocada, salvaje Pedía más pero no se lo daba a ella, se lo daba a él, a mí…

Siempre me habían atraído los hombres dominantes, que saben qué y cómo hacer con una mujer. Pero esto…, esto era nuevo, y Luz estaba revelando mis fantasías más ocultas, y gozaría de todo ese placer que me estaba concediendo.

¡Ni te muevas! Quieta ahí. Espérame a cuatro patas, como una perra que quiere ser follada. Enseñándome tu coño, tu culo

Hice como me ordenó. La esperaba con la ansiedad recorriéndome el cuerpo.

La moví. La coloqué y estampé dos manotazos en su nalga. Regresé a mi dormitorio. Busqué mi arnés Y algo más... Estos juegos empezaban a gustarnos a él y a mí. Me lo coloqué y regresé.

¡Así me gusta! –Un nuevo manotazo en su nalga. Otro en el otro lado. ¡Zass! ¡Zass!... ¡Zass! Hasta que sus nalgas se tornaron sonrosadas y mi mano se quedó marcada. Ese lado dominante mío me gustaba. Lo aplicaba en él y me volvía loca, y lo volvía loco... Estaba claro que a Emme le gustaba que le dieran.

Su mano azotó mi culo y el dolor no hizo más que excitarme y sacar mi lado más salvaje. Vi su arnés y... me sorprendió, pero me aceleró el pulso. Sentí pulsar mi propio coño, como se contraía ansioso de ella… de ella y sus juguetes.

Toqué su sexo. Estaba empapado y lo golpeé. Busqué e inquirí sus manos. Até sus muñecas con las esposas y las coloqué sobre su espalda.

¡Vamos puta, ponte bien! –Abrí sus piernas. Hice que levantara el culo, que me mostrara la lubricidad de su coño, enrojecido por mis manotazos. Lo quería ver bien abierto para mí.
¡Vas a saber quién manda aquí, zorra! –le dije al oído con cierta rabia contenida, con energía, mientras tomaba con fuerza su pelo. Lo recogí anudado a mi mano y tiré, obligándola a echar la cabeza hacia atrás. ¿Me has oído?

Sus tetas contra mi espalda, su agitada respiración en mi cuello. Arqueé mi espalda ofreciéndole mi sexo, dentro… deseaba sentirla dentro.

Le puse mis dedos en su boca para que lamiera. Esos mismos dedos fueron a recorrer su espalda hasta colarse entre sus nalgas. Aproveché sus jugos para mojarlos más, y empecé a tocar las anillas prietas de su ano, hasta que un par de falanges entraron y comencé a hacer movimientos, abriendo aquel canal Tenía que prepararla un poco. Quería empalarla con mi arnés, hacerla bajar la cabeza y besara el suelo. Esa sensación de dolor agudo, como que te rompen la carne quería que lo percibiera...

Esa impresión de su dedo usurpando ese espacio prohibido, casi virgen; mi coño chorreando y mi respiración tan agitada que la garganta se me secaba. Solo deseaba ese instante en el que el placer venciera al dolor pero, tal y como estaba Luz y el modo en que se estaba tomando ese momento, sabía que tardaría o que sería muy salvaje. Levanté la vista un momento y observé, entre la cortina que formaba mi pelo mojado, el espejo y nuestros cuerpos reflejados en él. Me gustaba lo que veía… me excitaba. Yo estaba totalmente entregada. Mi cuerpo temblaba por completo.

Decidí que ese era el momento adecuado. Humedecí mi mano con saliva y mojé la polla de mi arnés. La pasé por su sexo enrojecido y mojado. Ascendí por el centro hasta situarla en aquel estrecho cauce que apenas estaba cediendo. Introduje un poco la punta, haciendo espacio, lentamente, abriendo, dejando que me sintiera

Apreté los dientes y cerré los puños.. Notaba arder mi culo mientras mi coño parecía chorrear. Aquellas embestidas de Luz me hacían aguantar la respiración. Esa sensación de deja vù. Esa quemazón que no cesó cuando se detuvo con toda aquella polla dentro de mí. Sus nalgadas parecieron aliviarme momentáneamente antes de que empezara a cabalgar sobre mí como si yo fuera una potra a domar. Quería liberar mis manos pero ella tiraba de las esposas, tensando más mis brazos. Y sabía que me correría así, sin más, sin siquiera tocarme el coño… solo sintiendo cómo me follaba el culo.

Sabía que de seguir así el juego acabaría pronto.

No te corras hasta que yo te diga, ¿me has oído, perra? Hasta que yo te diga
Luz… –y mi voz era ya una súplica.
¡Ni Luz ni hostias! –grité tirando de su pelo con fuerza. Aquel tirón tuvo que dolerle.

Luz estaba endemoniada… y yo no era menos. No me reconocía… No la reconocía… No reconocía a ninguna de las dos. No éramos nosotras, sino dos hembras en celo, saciando esas ganas, esa hambre. Aquellas embestidas hacían que me aferrara al suelo como a una tabla de salvación. Las lágrimas de placer y dolor resbalaban por mi rostro, se metían en mi boca mezclándose con mi saliva y babeaba… Un hilo escurría y mojaba el suelo que Luz me hacía besar cuando no elevaba mi cabeza hasta que casi el cuello me dolía. Esa sensación de no poder hacer nada más que dejarme hacer, de sentir aquella furia, aquella dominación en carne…

Estaba sudando y lejos de flaquear, arremetía una y otra vez viendo aquel aro abierto, aquella polla entrando y saliendo, dueña y señora de aquel culo al que mis manos palmoteaban de tanto en tanto. La posición de Emme, con el trasero bien en pompa, oírla gemir extremadamente excitada, escuchar esos jadeos que de seguro debían irritarle la garganta, me animaban a llevar mi papel de perra hasta las últimas consecuencias. Mis exabruptos se escuchaban en toda la habitación. Los suyos se acoplaban a los míos sin conciencia de tiempo.

No me apercibí de la presencia de él a dos pasos de nosotras. Y dudó que Emme se diera cuenta.

¡Qué Puta eres, Mi Reina! –me dijo agarrándome las tetas, apresándolas bien en sus manos, y rozando con sus labios el lóbulo de la oreja. Estoy que te voy a follar hasta el alma... Suéltala… –prosiguió acercándose a Emme para levantar su rostro, apartar el pelo de su cara Sabes hacer bien de perrita, Emme.

Era él, el cabrón de turno con el que andaba ahora Luz. Si ya no me estaba simpático, en estos momentos, que estaba tan caliente, menos... aunque no me importó. Desentumecí mis adormilados brazos. Sentía el vacío que la polla del arnés había dejado en mí y los pálpitos de mi coño encharcado. En unos momentos los vi entrados en faena. Él la follaba como un salvaje y ella era la puta que él deseaba en ese momento. Así me sentí yo. Sólo deseaba correrme. No me contuve. Inicié a masturbarme. Mis dedos entraban y salían de mi coño totalmente empapado. Dos… Tres… y los jadeos aumentaban al ritmo de los envites de él. Rugía como un león apareándose. Mis gemidos parecían acoplarse a los de Luz que me miraba desde su posición a cuatro patas. Gozaba y yo no iba a ser menos. Una mano en mi sexo, follándome con tanta fuerza que se me tensaban los músculos pero no cejé. Con la otra mano tiraba de mis pezones. Lo hacía tan excitada, caliente… Me sentía tan yo, tal liberada, sin prejuicio alguno… Me sentí contraer. Mis muslos temblaban, la garganta se me secaba y, al tiempo, salivaba… Explotaba de gusto… Las nalgadas de él parecían crepitar en mi coño, colvusionándolo…

¡Vamos, zorra, córrete conmigo, vamos! –le dije a Emme, sintiendo que mi coño estaba a punto de reventar con aquellos embates de los que temía se rompiese la polla conmigo.

Apenas lo dijo me derramé, me vencí a la fuerza de aquel orgasmo. Aquellos efluvios mojaron mi mano, mis muslos… el suelo… y mi voz gritó su nombre… Hasta en ese momento, no pude evitar nombrarLo...

 

Me agarré con fuerza a la mesa, vencida, exhausta, devorada de gusto, sintiendo como mi corrida se derramaba entre mis muslos, como él se mojaba conmigo, como gruñía en ese último golpe en el fondo de mis entrañas, como sentía la textura caliente de su leche derramada sobre el final de mi espalda...





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