sábado, 21 de septiembre de 2024

Fueron semanas de mucho trabajo. Iniciaba muy temprano y cuando terminaba, era ya muy tarde. Mi vida personal fue, a decir poco, inexistente. Ni siquiera he podido quedar con Max una vez en estos días.

Al menos me recreaba la vista; y es que desde hace unos meses ha llegado un socio nuevo al estudio. Un hombre ya maduro; elegante, sea en sus modos que en sus movimientos. Con una voz profunda, con el tono de quien sabe comandar. Y una mirada que parece desnudarte con sólo observarte. Y entre mi abstinencia y él dando vueltas por allí todo el día, estaba ya enloqueciendo.

Verlo a través del vidrio de su oficina y no encontrar una excusa para hablarle, estaba volviéndose una tortura. Envidiaba a mis colegas que tenían un trato directo con él. Pero esto hasta las otras noches.

Me quedé en la oficina porque al día siguiente debía presentar la traducción completa de un proyecto. Pensé que estaba sola, por lo que me descalcé y sujeté el cabello sobre la nuca, atraversándolo con un lápiz. Conecté el i-pod al pc y comencé a escuchar música, no soportaba el silencio. Subí las piernas al escritorio y cerré los ojos por unos minutos. Me dejé transportar e inicié a mover los pies, las piernas, frotándolas entre ellas. Pero en un momento me sentí observada y no me equivocaba. Allí, parado delante mío, estaba él, el nuevo socio. Parecía no se hubiese perdido un sólo movimiento. Me levanté de un salto. Él dió la vuelta al escritorio, mientras abría su saco y aflojaba su corbata. Se detuvo frente a mí, pasó una mano por mi cuello y sin pedir permiso, me besó. Sentí su lengua buscando la mía. Se entrelazaba a ella y me mordía el labio. Su otra mano la sentí pasar por mi cintura, tirar de mi camisa, y desabrocharme el jeans. Se separó apenas, para fijar su mirada en la mía…, me tomó en brazos y me sentó sobre el escritorio. Volvió a sujetarme por el cabello, tirándome hacia atrás. Su boca recorría cada centrímetro de piel, desde mi cuello hasta el vientre. No necesitaba pronunciar palabra para dominarme. Él era el dueño de la situación.  Sentía toda la humedad entre mis piernas. Escuché cómo abría el cierre de sus pantalones. Y sin dejar de fijarme en las pupilas, colocó una mano sobre mi cuello y me penetrò. Una estocada fuerte.

Inició a entrar y salir de mí, haciendo presión en mi cuello. Jamás había probado tanto placer. Comencé a gemir y temblar, sabía que estaba por llegar a mi orgasmo, y él también lo supo…, y se detuvo. Se acercó a mi oído.

Aún no... –dijo en un tono no brusco pero sí determinado. Te correrás cuando yo te diga.

Su voz me hizo gemir aún más. Continuó a moverse otra vez, sujetándome por los hombros. Aumentaba su potencia y velocidad. No creía poder resistir mucho más. Hasta que lo escuché.

Córrete para mí... –pronunciò y, sin quererlo tal vez, parecía una orden. Córrete conmigo.
No debía decirlo dos veces. Sentí todo mi cuerpo ir en éxtasis. Y en el instante que toda su virilidad inundaba mis entrañas, yo lo cubría de mi esencia.

Necesité unos minutos para que mi respiración volviera a la normalidad. Él, en cambio, parecía apenas salido de una reunión de trabajo, y no uno que me había apenas hecho gozar del mejor sexo de los últimos meses. Estaba por salir de mi oficina sin decir una palabra, pero se giró.

Mañana la espero al horario habitual, venga de falda y tacones, habrá una reunión importante... –hizo una pausa, e inclinando la cabeza un poco agregó: …y no podemos saber si necesitaremos quedarnos hasta tarde mañana también.

De repente, no me molestò tener tanto trabajo.


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