Fueron semanas de mucho trabajo. Iniciaba
muy temprano y cuando terminaba, era ya muy tarde. Mi vida personal fue, a
decir poco, inexistente. Ni siquiera he podido quedar con Max una vez en estos
días.
Al menos me recreaba la vista; y es que
desde hace unos meses ha llegado un socio nuevo al estudio. Un hombre ya
maduro; elegante, sea en sus modos que en sus movimientos. Con una voz
profunda, con el tono de quien sabe comandar. Y una mirada que parece
desnudarte con sólo observarte. Y entre mi abstinencia y él dando vueltas por
allí todo el día, estaba ya enloqueciendo.
Verlo a través del vidrio de su oficina y
no encontrar una excusa para hablarle, estaba volviéndose una tortura.
Envidiaba a mis colegas que tenían un trato directo con él. Pero esto hasta las
otras noches.
Me quedé en la oficina porque al día
siguiente debía presentar la traducción completa de un proyecto. Pensé que
estaba sola, por lo que me descalcé y sujeté el cabello sobre la nuca,
atraversándolo con un lápiz. Conecté el i-pod al pc y comencé a escuchar
música, no soportaba el silencio. Subí las piernas al escritorio y cerré los
ojos por unos minutos. Me dejé transportar e inicié a mover los pies, las
piernas, frotándolas entre ellas. Pero en un momento me sentí observada y no me
equivocaba. Allí, parado delante mío, estaba él, el nuevo socio. Parecía no se
hubiese perdido un sólo movimiento. Me levanté de un salto. Él dió la vuelta al
escritorio, mientras abría su saco y aflojaba su corbata. Se detuvo frente a
mí, pasó una mano por mi cuello y sin pedir permiso, me besó. Sentí su lengua
buscando la mía. Se entrelazaba a ella y me mordía el labio. Su otra mano la
sentí pasar por mi cintura, tirar de mi camisa, y desabrocharme el jeans. Se
separó apenas, para fijar su mirada en la mía…, me tomó en brazos y me sentó
sobre el escritorio. Volvió a sujetarme por el cabello, tirándome hacia atrás.
Su boca recorría cada centrímetro de piel, desde mi cuello hasta el vientre. No
necesitaba pronunciar palabra para dominarme. Él era el dueño de la situación. Sentía
toda la humedad entre mis piernas. Escuché cómo abría el cierre de sus
pantalones. Y sin dejar de fijarme en las pupilas, colocó una mano sobre mi
cuello y me penetrò. Una estocada fuerte.
Inició a entrar y salir de mí, haciendo
presión en mi cuello. Jamás había probado tanto placer. Comencé a gemir y
temblar, sabía que estaba por llegar a mi orgasmo, y él también lo supo…, y se
detuvo. Se acercó a mi oído.
Aún no... –dijo en un tono no brusco pero sí determinado. Te correrás cuando yo te diga.
Aún no... –dijo en un tono no brusco pero sí determinado. Te correrás cuando yo te diga.
Su voz me hizo gemir aún más. Continuó a
moverse otra vez, sujetándome por los hombros. Aumentaba su potencia y
velocidad. No creía poder resistir mucho más. Hasta que lo escuché.
Córrete para mí... –pronunciò y, sin
quererlo tal vez, parecía una orden. Córrete conmigo.
No debía decirlo dos veces. Sentí todo mi
cuerpo ir en éxtasis. Y en el instante que toda su virilidad inundaba mis
entrañas, yo lo cubría de mi esencia.
Necesité unos minutos para que mi
respiración volviera a la normalidad. Él, en cambio, parecía apenas salido de
una reunión de trabajo, y no uno que me había apenas hecho gozar del mejor sexo
de los últimos meses. Estaba por salir de mi oficina sin decir una palabra,
pero se giró.
Mañana la espero al horario habitual,
venga de falda y tacones, habrá una reunión importante... –hizo una pausa,
e inclinando la cabeza un poco agregó: …y no podemos saber si necesitaremos
quedarnos hasta tarde mañana también.
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